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No hay manera de ignorar su mirada. Por más que mis ojos hayan buscado parapetarse detrás de la ceguera, su presencia persigue mi sombra, incluso mi desgana.

No tengo miedo, pero no puedo evitar un espeluzno azul cada vez que me cruzo con él.

Parece despistado o ajeno, pero el brillo que disparan sus pupilas es inconfundible. Cualquier día nuestros encuentros matutinos serán objeto de una página de su diario.