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He visitado otra vez el bar donde trabaja. No puedo evitar contemplarla, al menos durante el rato del café. Si se enterase mi jefe, probablemente tendría problemas. Sé, porque los he visto alguna tarde, que ella es su amante.

Y a pesar de saber que su cuerpo casi viejo goza de sus curvas y de su sonrisa, lo único que en verdad deseo es ocupar su puesto.

Me conformo con la hora del café.

Y divagar con el modo de arreglar la situación de algún modo que me favorezca.