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Ahora ya sé quién era ella. La del sueño. 

La he reconocido al entrar en el comedor que frecuento los días de la semana que no tienen r. Aún no entiendo muy bien cómo no había caído antes en la cuenta.

Mientras masticaba las verduras hervidas del primer plato, ella hablaba por el móvil. Se reía. El índice de la mano izquierda enroscaba y desenroscaba sus rizos. Apenas probó bocado. Quizá le sirviera la conversación como alimento.

Después de la comida, mientras el joven camarero que me ha servido el café me entregaba el cambio, he sentido un pequeño amago de confesarme con él.

Pienso en muchas ocasiones que los desconocidos son quienes mejor nos entienden, pues no tienen formada opinión sobre nosotros, lo que les impide interpretar, es decir, les obliga a escuchar sin filtros, sin suposiciones o ideas preconcebidas.

He estado tentado de pedirle que me contase algo de la joven que siempre ocupa la misma mesa...

Por suerte he descubierto a tiempo su mirada dirigida al mismo punto de la anatomía donde volaba la mía.